
Antonio De la Cruz, tal su nombre verdadero, comenzó su carrera allá por los años 60 cuando la televisión en el Uruguay todavía estaba en pañales y su rostro sin las arrugas de hoy se veía en blanco y negro. Su fresca juventud y su irreverencia para hacer reír lo convirtieron rápidamente en un famoso personaje admirado por grandes y chicos.
Pasó por grandes programas humorísticos como Telecataplum, Telecachada o El Show del Mediodía, pero alcanzó la meca cuando se volcó sabiamente hacia donde estaba el dinero. Los programas infantiles en Brasil, México y Europa eran un gran éxito y los conductores se llenaban los bolsillos a costilla de los niños que inocentemente participaban de juegos y concursos que generalmente estaban arreglados. Cacho Bochinche hizo lo propio en Canal 12 en el año 1972 y desde entonces se estancó en la mañana del sábado.
Así comenzó el imperio de De la Cruz que viéndose viejo y cansado fue mechando en el tema a su hijo Maximiliano que haciendo el ridículo e intentando parecerse al actor canadiense Jim Carrey se fue ganando un lugar en el mundo del espectáculo.
Hoy por hoy, “Cacho Bochinche” es prácticamente un espectáculo musical donde Laura, la esposa del veterano conductor, es quien saca adelante el programa desplegando sus técnicas de danza acompañada por unas cuantas niñas que pasan casi desapercibidas entre una bandada de muñecos feos seguramente hechos por el vetusto compañero de Cacho, Víctor.
En el teatro, donde también saben robar la plata, Cacho y compañía aburren a los más grandes y le llenan los ojos a los más chicos con cartones pintados y luces de colores.
De la Cruz se confunde con Ultratón y desde lejos se hace casi imposible determinar cual es cual. Rígido, desganado, falso, malhumorado, Cacho se pasea como un fantasma (también se podría comparar con Ozzy Osbourne) entre las payasescas adolescentes bailarinas y es opacado continuamente por Taraleti (Gustavo Maritato) que se roba el espectáculo con su histrionismo y chistes improvisados. Cacho De la Cruz se niega a dejar el escenario tanto televisivo como teatral. Es inentendible que insista en seguir adelante después de haber acomodado a su hijo, a su esposa y a sus amigos. Tratando mal a los niños, rebajando (aun más) al ya retirado enano Fermín y hablándole de mala manera a los padres de los chiquilines que llegan a los estudios de Canal 12 a participar en el fiasco sabatino, Cacho sigue adelante con su farsa y cada semana se aleja más de lo que hace decenas de años fue.
Con varios lifting arriba, seguramente tendremos que seguir aguantando por mucho tiempo al ridículo conductor con el pelo pintado y apliques de dudosa calidad en la parte trasera de su cabeza.
Cacho De la Cruz, un hombre que supo entretener y alegrar a los televidentes ahora es una sombra del pasado que solo alcanza a dar una extraña mezcla de pena, vergüenza y rabia.